Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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sábado, 20 de marzo de 2010

Magia y astrología, ciencia y arte de la Teúrgia* en el Renacimiento

En la tierra como en los cielos. Hombre zodiacal como reflejo microcósmico de los cielos. De Les Très Riches Heures du Duc de Berry, Francia, inicios del siglo XV (clicar sobre la imagen)


Oh, Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin de que poseas el lugar, el aspecto y prerrogativa que conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intención obtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros seres está constreñida por las precisas leyes por mí prescritas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechez alguna te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en las realidades superiores que son divinas.

Giovanni Pico Della Mirandola (1463-1494), Discurso sobre la dignidad del hombre


Contempla el mundo enteramente contenido en ti,
Lo que se hizo en último lugar fue lo primero en el pensamiento.
Lo último que se hizo fue el alma de Adán,
Los dos mundos eran un medio para producirla.
No hay otra causa final más allá del hombre,
Se revela en su interior...
Eres un reflejo de "El adorado por los Ángeles (Adán)",
Por esta causa los ángeles te veneran.
Toda criatura que va delante de ti (esto es, todas las demás criaturas del universo) tienen alma,
Y de esta alma sale un hilo que va hasta ti.
Por consiguiente, todas están sujetas a tu dominio,
Pues el alma de cada una está oculta en ti.
Tú eres la médula del mundo en su centro,
Sabe que eres el alma del mundo.


Gulshan-i Râz, "El jardín del Misterio". Mahmud Shabistari (1288, 1320) poeta persa sufí



*Etimológicamente Teúrgia quiere decir “Hacer con Dios y permitir que Dios haga en nosotros, ser colaboradores e instrumentos de Él.” Es una de las ramas del saber hermético, junto con la astrología y la alquimia.
La Magia en general y la Teurgia en particular, no son una ciencia solamente, sino que son una ciencia y un arte; lo que indica que por más formulas que conozca, por más libros que uno acumule, no por ello uno se convierte en mago, es decir en un transformador de si mismo y del mundo que es lo que uno está buscando.



Magia y Astrología en la cultura del Renacimiento, por Eugenio Garin



El hombre-centro del cosmos es aquel que, habiendo comprendido el ritmo secreto de las cosas, se convierte en poeta sublime, pero no se limita a escribir palabras de tinta en efímeras hojas de papel, sino que, como un Dios, inscribe cosas reales en el gran libro viviente del universo.

Para valorar de forma adecuada el significado del tema mágico en los albores de la cultura moderna, conviene recordar ante todo que, si bien en la Edad Media también había gozado de enorme difusión, ahora es cuando abandona ese subsuelo cultural para salir a la luz, y asumiendo un aspecto nuevo, convertirse en un patrimonio común de la totalidad de los grandes pensadores y hombres de ciencia, en quienes experimena una suerte de purificación, y a quienes aporta un estímulo, aún -yo diría, sobre todo- en aquellos casos en que, como Leonardo, éstos polemizan duramente contra los necios cultores de las prácticas nigrománticas. Si nos limitamos a los más grandes, veremos que Marsilio Ficino dedica a la "magia" una parte importante de sus libros sobre la vida; Giovanni Pico escribe una valiente y apasionada apología de la magia; Giordano Bruno define al mago como un sabio que sabe obrar: magus significant hominem sapientem cum virtute agendi. En sus Theses de magia, Bruno, que define según un orden antiguo la escala de los seres y de las influencias de Dios sobre las cosas, insiste en los movimientos que recorren dicha escala y valora especialmente la actividad mágica que se eleva hacia el cielo, combina las cosas, armoniza los contrarios, pacifica los conflictos mundanos y concierta los elementos de un canto sublime. Precisamente, la magia, realizando milagros, penetrando en los corazones de los hombres con las artes del encantamiento y la seducción, reformará de raíz la ciudad terrestre.(...)
En el siglo XV, la nueva imagen del hombre adquiere conciencia de sí mismo y alcanza sus dimensiones propias por la figura de Hermes Trismegisto, y se va plasmando de acuerdo con los lineamientos ya claramente fijados en los libros herméticos. Ahora bien, aunque sea lícito, e incluso oportuno, establecer una neta distinción entre el Pimandro, el Asclepio y los escritos teológicos, de una parte, y los innumerables tratados mágico-alquímicos, de la otra, tampoco hay que olvidar al sutil y profundo parentesco subterráneo que existe entre los primeros y la tradición ocultista, astrológica y alquímica a que pertenecen los segundos. Esa concordancia reside en la idea de un universo vivo en cada una de sus partes, lleno de correspondencias ocultas, de recónditas simpatías e invadido totalmente por los espíritus; universo que es producto de la refracción de unos signos dotados de sentidos ocultos; donde toda cosa, todo ente, toda fuerza es como una voz aún no escuchada, como una palabra suspendida en el aire; donde toda palabra provoca infinitos ecos y resonancias; donde los astros nos hacen señas y se hacen señas entre sí, se miran y nos miran, se escuchan y nos escuchan; universo que es una conversación inmensa, múltiple y variada, unas veces en voz baja, otras en voz alta; unas veces susurrada como un secreto, otras en un lenguaje abierto; y en medio de ese universo, el hombre, prodigioso ser cambiante, capaz de pronunciar toda palabra, recrear toda cosa, inventar todo rasgo, responder a toda invocación e invocar a todo dios.
Con tono solemne, el mismo que ya había intentado seducir a los Padres de la Iglesia, y que en vano éstos habían exorcizado, la bellísima apertura del Asclepius volvía a repetir:"gran prodigio es el hombre, digno de honor y veneración". Inmortal, situado entre la tierra y el cielo, único de los seres de aquí abajo que se arroja más allá, como fuego que se aviva (quod sursum versus vivificum), que con su obra domina la tierra, desafía los elementos, conoce los demonios, se mezcla con los otros espíritus, que todo lo transforma plasmando rostros divinos. Como dirá el poeta, los dioses inmortales descienden del cielo y envidian las figuras que les ha dado el artista humano. En medio de las cosas estables el hombre es ese fuego máximamente inestable que todo quema y todo consume, que todo corroe y todo renueva; no tiene rostro porque tiene todos los rostros, no tiene forma porque deshace todas las formas y en todas renace; a todas posee y de todas se apropia. Por eso -leemos en el Asclepius-, el coro de las Musas descendió entre los hombres; porque aquí, en esta convergencia musical del mundo, se encuentra el reino de aquella poesía verdadera que es creación verdadera.(...)
También aparece imbuida de tonos herméticos la imagen del hombre que trazará, en su discurso el "Principe de la concordia": la marca distintiva del hombre no es tanto la de ser el centro del universo como la de salirse del reino de las formas y, a través de su propia falta de naturaleza, ser el amo de la naturaleza misma. Esa falta de una naturaleza propia, el hecho de ser un punto de libertad total, subordina el entero mundo de las formas al hombre que, por tanto, puede atravesarlo ya sea en el sentido de la degeneración hacia lo demoníaco, o bien en el sentido ascensional de lo divino supraintelectual. El carácter milagroso del hombre reside en el hecho singular de encontrarse suspendido en el centro de las razones limitadas de las cosas, en virtud de lo cual toda la naturaleza, todos los entes, todas las razones finitas dependen en cierto modo de su decisión. Puede arrastrar todo a la disolución, así como puede redimir todo en una tranfiguración liberadora. Todas las cosas son lo que desde siempre han sido, están encerradas en unas condiciones fijas: piedra, animal, planta, astro que gira en su correspondiente órbita. El hombre es una nada que puede ser todo, que se proyecta hacia el futuro; puesto que su humanidad no consiste en una naturaleza ya dada, sino en su autocreación, en la elección de su propio ser, excede de los marcos de lo real. El hecho de no tener un rostro definitivo hace que su ser sea su obra, y esta obra es su determinación de las cosas, la impronta que deja en el mundo al actuar sobre él, es decir, al darle nueva forma, al reformarlo. Cuando, con frecuencia, en medio de temas mágicos, vemos aparecer la idea de que por la voluntad del hombre de Adán, el universo cae o resurge, se convierte en el reino del demonio o en el reino de Dios, no debemos olvidar que se trata de una afirmación dotada de un significado muy concreto. Rota la imagen de un orden en el que el hombre se encuentra englobado, éste queda inserto entre lo informe subhumano, que es lo diabólico, y aquel infinito absoluto, es decir, liberado de toda atadura, que es lo divino; y desde esa posición intermedia puede manipular las formas y el orden tanto para sublimar los entes en Dios como para arrastrarlos a la oscuridad de lo anormal, lo monstruoso y lo caótico. La polémica en favor de la verdadera magia, o magia natural, contra la magia ceremonial, es la defensa de la obra que se vale del orden dado para convertirlo en una escalera ascendente, contra la obra que desciende hacia el abismo de lo pecaminoso y lo informe. Como quiera que sea, la ambigua realidad del hombre radica en que éste es una posibilidad, una apertura através de la cual se exalta la riqueza inagotable del ser, no definido de una vez para siempre y firme en su inmovilidad, sino constantemente proyectado hacia un límite de riesgo absoluto.(...)
Los críticos de la astrología suelen afirmar que el tema de la generación, osea, la determinación del cielo en el momento del nacimiento o de la concepción, establece una vinculación entre todos los seres y con ello rebaja al hombre al nivel de los objetos. En realidad, las cosas no suelen ser así, pues el cielo de los astrólogos no puede interpretarse a la luz de la mecánica celeste pot-galileana, porque la astrología no se plantea tanto como una naturalización del hombre como una total humanización de la naturaleza. Su esfera celeste poblada de espíritus, viva en cada una de sus partes, no es tanto una naturaleza que oprime al hombre como una expansión del hombre en un intercambio permanente, en un diálogo constante con los entes vivos e inmortales que animan las estrellas y las casas del cielo. Nuestra suerte misma no está asignada de una vez para siempre, sino que la reparten una multitud de divinidades que dominan alternativamente en los diferentes momentos. Estos cronocratores son una especie de principios divinos cuyas órdenes se imponen a fuerzas que gobiernan los elementos. Así como en lugar de la mecánica celeste encontramos una mitología, igualmente en lugar de cálculos matemáticos y relaciones cuantitativas encontramos órdenes y plegarias, ataques y defensas, una liturgia y una retórica. Como dice una máxima solemne, que suele encabezar los manuales de astrología, el sabio domina las estrellas porque invierte la línea descendente que va del astro hacia el hombre y la convierte en un movimiento ascendente del hombre hacia el astro. El sabio no sólo aprovecha el margen de posibilidades que supone el choque y el equilibrio de una multitud de fuerzas sino que persuade a las divinas potencias estelares mediante una hábil estrategia.(...)
¿Como procede el astrólogo? Sabe que los influjos astrales actúan sobre las fuerzas profundas, que la corriente de orientación natural presente en todo el cosmos incide subterráneamente tanto sobre lo que consulta como sobre él mismo, que escucha la consulta. Sabe que las fuerzas directrices del cosmos operan en todo y en todos, y que sólo necesita saber escuchar la voz de la estrella. Pero para poder escuchar esa voz es necesario que haga callar la suya propia, es necesario que los límites conceptuales no impidan la manifestación de los impulsos elementales. Así pues, intenta suspender en el que pregunta la vigilancia lúcida de la conciencia, le hace marcar unos puntos en la tierra según ciertas fórmulas, hasta que, una vez determinada la situación, le sugiere mediante recursos apropiados la manera de dominar las estrellas. Como un Dios terreno, el sabio, que se somete a las órdenes naturales para conocerlos, logra transgredirlos.(...)

En este sentido, la medicina mágica presenta aspectos reveladores. El médico se sirve de las imágenes, de las plegarias, para exaltar las fuerzas profundas, las virtudes ocultas, para excitar los espíritus del enfermo y modificar y curar sus órganos. Avicena, ese gran médico cuyos libros reinarán en las Facultades de Medicina hasta el siglo XVII, repetía que el alma es omnipotente, y que las palabras los signos, los símbolos pueden ayudar al restablecimiento de la salud.
El piadoso Ficino, que también era médico, no vacila en relacionar estas prácticas con el valor que reconocían al signo de la cruz los astrólogos y médicos que no compertían la fe cristiana. Benivieni, Ficino y más tarde Pomponazzi se apoyaban en Avicena y en Roger Bacon para interpretar ese fenómeno como una tensión de los nervios, o tensión de los espíritus, realizada mediante procedimientos adecuados, capaces de producir una modificación en las condiciones del cuerpo, que precisamente depende de esos espíritus (Ficino, De vita, III, 18)

La posición mágico astrológica postulaba una solidaridad y una unidad del todo, según las cuales el tililar del astro más lejano repercute en los lugares más recónditos del mundo, y viceversa, todo movimiento anímico resuena a través de infinitas vibraciones; no existen divisiones abismales, sino una gama de correspondencias inscriptas en el río viviente de la vida total.
Como se ve, la práctica astrológica dista mucho de considerar que los acontecimientos etán dominados por un destino férreo, totalmente inscriptos en un mecanismo riguroso. Los conjuros, los encantamientos y los talismanes se realizan porque todo está vivo y animado, y todo es solidario, y el hombre puede invocar a Dios a través de esos ministros vivientes de Dios que son los astros.
Quizá no sea casual que la más fervorosa defensa de la astrología y de la magia haya sido obra de un franciscano, Roger Bacon, cuyos ojos y cuya mente estaban atentos a la dinámica vida de las cosas. Cuando las relaciones últimas de la realidad se consideran como relaciones personales -no números, proporciones y medidas, sino hermano Sol y herman Luna, hermano Lobo y hermana Agua, hermanos y hermanas todos los entes creados, y por encima de todos Dios padre-, en lugar de un entramado de esencias lógicas surge un juego siempre nuevo de existencias, abierto a todas las posibilidades y a todas las instancias persuasivas. ¿Qué otro significado puede tener la doctrina -difundida a lo largo del Renacimiento, y hasta los umbrales de la física newtoniana, a la que Campanella atavió con sonoro ropaje poético- según la cual todo está vivo, animado, todo es móvil y plástico, como no sea el de que el universo es infinito y verdaderamente absoluto, es decir, liberado de toda barrera, de todo límite interno y externo? Es la misma visión que expresaba de modo sublime Giordano Bruno cuando se jactaba de haber derribado todas las murallas del mundo, también equivalente a un rechazo de la contemplación pasiva de unas esencias delimitadas en favor de una laboriosa convergencia de conocimiento y acción, y una ciencia al servicio de la mágica e infinita transformación de todas las cosas.

Esta es la filosofía que abre los sentidos, contenta el espíritu, amplia el intelecto...Descubriremos que no hay muerte no solo para nosotros, sino tampoco para sustancia alguna, porque naba disminuye en cuanto a la sustancia y todo cambia de rostro desplazándose a través del espacio infinito... No existen fines, términos, márgenes ni murallas que reduzcan y disminuyan la infinita muchedumbre de las cosas. Por tanto, fecunda es la tierra y su mar; por tanto, perpetuas son las llamas del sol, y eternamente reciben yesca los voraces fuegos y líquido los mares disminuidos; porque el infinito siempre derrama nueva y copiosa materia (sobre los seres). Giordano Bruno, Theses de Magia.

Se destruye la idea del hombre como puro contemplador, que debe extinguir su carne y su pasión, y desoír todas las llamadas con que la vida intenta seducirlo, para lograr que su propia razón impersonal vuelva a reunirse con la razón universal. Frente a un esqueleto de hombre que se mueve en un mundo de esqueletos geometrizables, se eleva el ideal hermético, donde la voluntad, la obra, el acto, produce y disuelve las formas, crea y se crea, se mueve y se proyecta libremente hacia el futuro en un infinito de posibilidades, en una apertura ilimitada; porque al hombre que obra le corresponde precisamente un universo que se presenta como inagotable posibilidad, donde no hay fuerza alguna que el saber no logre dominar, donde no hay destino alguno que no pueda vencerse, estrella que no comprenda nuestro lenguaje, energía que no obedezca a nuestras órdenes. En la infinita unidad viviente se transgreden realmente todos los límites.

En un famoso pasaje, también de Bruno, vemos que no es sabio quien indaga para encerrar la totalidad dentro de nuestras barreras de los conceptos, sino quien investiga por reencontrarse con la viviente infinidad del universo, para fundirse con esa potencia creadora y para convertirse él mismo en creador. Así, Acteón perseguía a Diana, pero cuando la contempló desnuda, los perros lo despedazaron:

Los perros, pensamientos de cosas divinas, devoran a ese Acteón, y lo liberan... de las ataduras de los confusos sentidos, para que, habiendo derribado las murallas, ya no vea a su Diana como a través de agujeros y ventanas, sino que pueda contemplar plenamente lo que ofrece el amplio horizonte. De modo tal que mira todo como una unidad, ya no ve a través de distinciones y números... ve a Anfitrite, (que es) la fuente de todos los números, de todas las especies, de todas las razones, que es la Mónada, la verdadera esencia del ser de todas las cosas.

El poder infinito del hombre se concentra en la unidad del Acto. Así, el sabio domina las estrellas y el mago plasma los elementos; así el ser y el pensamiento se conjugan, y la realidad se abre totalmente. Este, y no otro, era el sentido de la defensa de la magia, que el Renacimiento incluyó en su exaltación del hombre.

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Este ensayo se encuentra junto con otros en Medioevo y Renacimiento, editorial Taurus 2000, de Eugenio Garín.

Las imágenes que he puesto acompañándolo proceden del manuscrito sobre astrología, Atlas celeste de Strabou.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo my bien. Conozco todo esto sobre la magia natural, etc. pero déjame decirte una cosa, no hay tradición en óptimas condiciones que no crea que la magia, del tipo que fuere, es un obstáculo para el desarrollo espiritual, y esto por muy diversas razones.
Aquellos que practican magia les cuesta muchísimo dejarla y buscar a Dios, Liberación, etc. como te guste. No se puede ser mago y al mismo tiempo aspirar a la Gnosis. Es imposible.
No existe ningun santo, que siendo mago, haya logrado desarrollarse espiritualmente, y al contrario de lo que se cree, ni las tradiciones en su aspecto esotérico la aceptan.
Los tassawuff poseen conocimientos mágicos, pero solo lo usan aquellos que están interesados en los fenómenos y no quienes buscan la Identidad Suprema, es decir, solo la practican iniciados de tipo muy inferior. Y así en muchos lados.