Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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domingo, 16 de noviembre de 2014

Tras la murallla


Murallas de Itchan-kala (Khiva, Uzbekistán)



"...La música, los estados de la felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder..."

Jorge Luis Borges, La muralla y los libros



La leyenda árabe sobre la mítica ciudad de Cobre oculta tras sus infranqueables murallas, dio lugar a lo largo del tiempo a ingeniosas versiones en la literatura popular musulmana con el fin de desvelar el misterio que albergaba tal fortaleza. Entre ellas, la narrada en Las mil y una noches a modo de "aviso para la meditación" tal como su anónimo autor la presentó, pareciendo invitar a poner en marcha la imaginación interpretativa con la que descubrir significados profundos. Posiblemente a los lectores de Fragmentalia les sugiera interesantes metáforas. 


La ciudad de Cobre
Recopilación de
María Jesús Rubiera


La ciudad de Cobre es uno de los mitos de la historia  árabe-musulmana, perteneciente al ciclo de las conquistas musulmanas, donde los conquistadores se encontraron toda clase de maravillas. En principio, la ciudad de Cobre no es un arquetipo de arquitectura, sino tan sólo una ciudad misteriosa:

La ciudad de Cobre que construyeron los genios para Salomón, hijo de David -sobre ellos la paz-, en tierras de al-Andalus, cerca del Mar Tenebroso
Contó Lahqad ibn Ziyad que 'Abd al-Malik ibn Marwan tuvo noticia de la existencia  de la ciudad de Cobre que estaba en al-Andalus y escribió a su gobernador en el Magrib, diciéndole:"Me ha llegado la noticia de la existencia de la ciudad de Cobre que construyeron los genios de Salomón, hijo de David; ve a ella y escríbeme con lo que veas de extraordinario en ella; apresúrate a responderme, si Dios quiere". Cuando llegó la carta del califa a su gobernador en el Magrib Musa ibn Nusayr, éste salió con un gran ejército; iban con él los adalides que le guiaban hacia aquella ciudad; fue por diferentes caminos durante cuarenta días, hasta que llegó a una tierra muy amplia con muchas aguas, fuentes, árboles, animales, pájaros, hierbas y flores. Y apareció ante ellos la muralla de la ciudad de Cobre, como si no la hubiesen hecho manos humanas, y se asustaron.

Murallas de Itchan-kala (Khiva, Uzbekistán)

El emir Musa dividió el ejército en dos partes: instaló a cada una a un lado de la muralla de la ciudad y envió a un general con mil jinetes, ordenándole que rodease la ciudad, mirase dónde estaba la puerta y si había gente alrededor de ella. Fue aquel general y permaneció ausente seis días y no vio a ningún ser humano ni encontró la puerta. Entonces Musa ibn Nusayr dijo: "¿Cómo podremos saber lo que hay en la ciudad?" Los ingenieros le dijeron que ordenase socavar los cimientos de las murallas y así sería posible entrar en la ciudad. Cavaron los cimientos de las murallas hasta llegar al nivel del agua, pero se encontraron que los cimientos de cobre estaban clavados bajo el agua, de modo que comprendieron que no podrían entrar por allí. Entonces los ingenieros dijeron: "Construye en una de las esquinas de las torres de la ciudad una construcción que la domine". Cortaron piedras, llevaron yeso y cal, e hicieron en una esquina de una torre, cuyo tamaño era de 300 codos, una construcción, hasta que no pudieron levantar más piedras, yeso y cal y quedaron todavía 200 codos. Ordenó Musa ibn Nusayr que se emplease madera para construir sobre la torre de piedra que habían levantado y llegaron a 170 codos más. Luego cogieron una gran escalera y subieron con cuerdas por la construcción hasta alcanzar lo más alto del muro de la ciudad.
Entonces Musa ibn Nusayr arengó a sus hombres con las siguientes palabras: "Quien suba a lo más alto de la muralla, le daré como recompensa su precio en sangre. Se adelantó un valiente, pidió la recompensa; Musa ordenó que se la diesen y el hombre la tomó y se la dejó al emir en depósito, diciendo:  "Si me salvo, será i recompensa; si muero será mi herencia". Subió hasta lo más alto de la escalera y cuando se asomó a la ciudad, se echó a reir, agitó sus manos y se arrojó al interior de la ciudad. Oyeron entonces un gran alboroto y voces terribles que los atemorizaron. Aquellos gritos duraron tres días y tres noches y cuando callaron, los hombres del ejército gritaron el nombre del desaparecido desde todos los rincones y no encontraron respuesta. Cuando desistieron de llamarle, Musa les convocó y dijo: "A quien suba a lo alto, le daré mil dinares". Se ofreció otro valiente, que dijo: "Yo subiré a lo alto del muro". El emir ordenó que le diesen el dinero y el hombre hizo lo mismo que el anterior, dejándolo en depósito. El emir le dijo el siguiente consejo: "No hagas lo que
hizo tu compañero; infórmanos de lo que veas y no bajes al interior de la ciudad". El hombre subió y cuando se asomó por lo alto del muro, se echó a reir, sacudió sus manos y se arrojó al interior. Todos los del ejército gritaron: "No lo hagas, no vayas con ellos, ven". Escucharon esta vez también grandes voces terribles, más fuertes aún que la primera vez hasta el punto de que les entró un terror de muerte; duraron tres días y tres noches, luego callaron y dijo Musa ibn Nusayr: "Si nos marchamos de aquí sin saber lo que hay en la ciudad, qué escribiré al Príncipe de los Creyentes. A quien suba le daré el equivalente a dos precios de sangre". Se presentó otro valiente que dijo: "Yo subiré, pero atadme una cuerda a la cintura fuertemente, cuyo extremo sujetaréis, y cuando yo quisiera arrojarme al interior de la ciudad, impedídmelo". Así lo hicieron; subió el hombre y cuando se asomó a la ciudad, se echó a reir, sacudió las manos y quiso tirarse al interior de la ciudad, mientras sus compañeros tiraban de la cuerda hasta que el hombre se partió en dos mitades: la mitad inferior cayó fuera y la superior al interior de la ciudad, produciéndose de nuevo los gritos y el tumulto.
Entonces el emir Musa se desesperó de saber algo de la cudad y dijo: "Sin duda los genios cogen a todo el que sube a lo alto de la ciudad", y ordenó que el ejército partiese.
Abu Hamid al-Garnati, Tuhfat al-Albad

Esta historia cuya clave todavía no ha sido hallada, incitó la imaginación de los literatos. No podían quedarse sin saber que había en el interior de la ciudad: por ello se inventaron que un personaje, el jeque 'Abd al-Samad lograse entrar rezando aleyas del Corán. Así surgió una ciudad fantásica, habitada por muertos, pero que presenta las características idealizadas de una ciudad musulmana. Esta versión es la que aparece en Las mil y una noches. En la noche 574, la imaginación árabe popular nos descubre el terrible secreto de la atracción que hacía despeñarse a los hombres de Musa: diez jóvenes bellísimas:

Dijo el jeque 'Abd al-Samad: Cuando llegué a lo alto de la muralla vi diez lunas que me hacían señas con las manos diciendo: "¡Ven con nosotras!". Al mismo tiempo me pareció que a mis pies había un mar de agua. Quise arrojarme como nuestros compañeros hicieron, pero los vi muertos y me abstuve. Recité algo del Libro de Alá -ensalzado sea- y El apartó de mí las argucias de las muchachas, que desaparecieron.

El jeque 'Abd al-Samad abrió las puertas de la ciudad después de algunas peripecias y Musa, con su ejército, pudo entrar en la ciudad. En ella vemos una de las características de las ciudades musulmanas de la Edad Media: los zocos repartidos en gremios:

El emir Musa cruzó la puerta de la ciudad con la mitad de sus hombres, todos armados. Vieron a sus compañeros que estaban muertos y los enterraron. Encontraron a los porteros, criados, chambelanes y guardianes que yacían en lechos de seda muertos.
Luego entraron en el zoco de la ciudad y vieron que era un mercado enorme, con altos edificios de tamaño uniforme. Las tiendas estaban abiertas, las balanzas colgadas, los recipientes alienados y los almacenes de toda clase de mercancías. Los comerciantes estaban muertos en sus tiendas: tenían la piel seca y los huesos cariados: eran como un aviso para la meditación. Vieron cuatro zocos independientes entre sí, cuyas tiendas estaban llenas de riquezas. Los dejaron atrás y pasaron al zoco de las telas. En él había sedas, brocados y tejidos de todos los colores, bordados con oro rojo y blanca plata, pero sus dueños yacían muertos sobre alfombras de cuero y parecían a punto de hablar.
Pasaron de largo y entraron en e zoco de las piedras preciosas, las perlas y los jacintos. De allí fueron al zoco de los cambistas de monedas y los encontramos también muertos a todos, echados sobre sedas de diferentes clases; sus tiendas estaban llenas de oro y plata.
Pasaron luego al zoco de los perfumistas: sus tiendas estaban llenas de toda clase de perfumes, vasijas de almizcle, ámbar, alóe, ámbar gris, alcanfor y otras cosa semejantes. Todos los comerciantes estaban muertos y no aparecieron cosa que comer.
Al salir del palacio de los perfumistas encontraron cerca de él un alcázar muy decorado y bien construido. Entraron en él y hallaron banderas desplegadas, espadas desenvainadas, arcos tensados con cuerdas, escudos colgados con cadenas de oro y plata y cascos dorados con oro rojo. En el vestíbulo del palacio había bancos de marfil revestidos de oro de seda, en los que se hallaban hombres cuya piel se había secado sobre los huesos.



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Nota de Fragmentalia: Entre la información que aparece en internet sobre la fortaleza de Itchan-Kala en Uzbekistán cuyas imágenes de sus muros me parecieron idóneas para ilustrar el texto, encuentro lo que me resulta toda una tentación para aventurarse en un viaje: 
 "Pero lo verdaderamente impresionante se encuentra tras los muros, al acceder, a través de la enorme puerta, al interior de la fortaleza. En este espacio de 600 metros de largo por 400 de ancho se aloja un verdadero laberinto donde, a lo largo de los siglos, se creó lo que hoy parece un museo al aire libre, sembrado de magníficos conjuntos arquitectónicos decorados de azulejos. Pasear por las callejuelas y rincones, a los pies de los bellos minaretes, transporta al visitante a los cuentos de Las mil y una noche."
 


Lecturas:

María Jesús Rubiera, La arquitectura en la literatura árabe. Ediciones Hiperión 1988

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6 comentarios:

Moisés dijo...

¡Me encanta la historia de la ciudad de Cobre! Las mil y una noches son un tesoro universal con historias como éstas. Creo que has acertado al elegir Jiva como representación de lo que podría ser la ciudad de Cobre, un paraíso legendario que bien podría ubicarse en Arabia Felix.

Un fuerte abrazo

M.A.O dijo...

Nos atrae siempre el misterio, aquéllo que desconocemos, lo que construimos sin certezas, lo que, siendo extraño al mismo tiempo nos resulta familiar. Algo habrá allí que se nos parezca, que nos haga vernos en un espejo diferente al que conocemos, un espejo que nos represente tal cual somos...quizá esas respuestas buscamos allí.
En tanto las místicas callejuelas grabarán nuestros pasos, tal cual lo hicieron con los que estuvieron antes..de los cuales no tenemos registro. Y así será. Relatos míticos, regreso al origen de todos los orígenes, fuente universal de la humanidad y el ser. Eterno retorno. Y allí, detrás de las murallas, quizá la respuesta al interrogante más profundo para el cual se seguirán construyendo relatos, delineando razones, bocetando probabilidades. ¿Qué hay más allá de la última muralla...?

Una abraçada forte Jan!
Gracias por compartir tan interesante relato.

Jan dijo...

Me alegra que te gustara Moisés.

Hay tantos tesoros y lugares, reales o imaginarios por descubrir...

abrazos !

Jan dijo...

Estupenda reflexión Mabel la que nos dejas a partir del relato.
El ser humano siempre se ha visto dirigido a descubrir aquello que permanece oculto o desconocido, ya sea físicamente explorando tanto nuevos territorios del espacio geográfico como recientemente del espacio exterior, así como metafísicamente a través del viaje interior. Uno y otro parecen ser respuesta a esa necesidad de eternidad e infinitud albergada en lo más profundo y misterioso de sí mismo. Y siempre habrá un nuevo muro, una nueva barrera que sortear. Por siempre se seguirán trazando nuevos mapas y creando nuevos mitos.

Abrazos !

Judith dijo...

Recuerdo Khiva. Entrar literalmente y mágicamente en un escenario de cuento. El resonar de los pasos por callejuelas impolutas, los ladrillos respondiendo al sonido de mi caminar. La mirada encantada, sin distracciones (no había neones, ni la chillona parafernalia turística). Desde lo alto, imaginar una alfombra voladora bajo los pies, en el atardecer rojo y dorado. En la noche, querer perderse, y tal vez perderse un poco, y dejar una parte de mí enredada entre algún dibujo azul, como una prenda para poder volver en sueños.

Jan dijo...

Bienvenida a este espacio Judith,

un lujo poder contar con impresiones de alguien que ha visitado física e imaginativamente ese lugar tan mágico de Asia Central. Lugares como ese, que, tal como escribiera Borges en el poema que dejo al principio de la entrada: "...quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubieramos debido perder..."
Gracias por recordar que los sueños y la imaginación es la "alfombra mágica" que nos eleva por encima de cualquier muro.

Abrazos