Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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viernes, 5 de diciembre de 2014

Delacroix, lago de sangre...

Eugène Delacroix, La libertad guiando al pueblo 1830


Es una mujer fuerte con poderoso pecho,
con la voz ronca, con grandes encantos,
que, morena la piel, con fuego en las pupilas,
es ágil y camina con grandes pasos.
Se complace con los gritos del pueblo, con las sangrientas contiendas,
con los largos redobles de los tambores,
con el olor de la pólvora, con lejanos repiques
de campanas y de sordos cañones,
que sólo escoge el amor entre el populacho,
que no da pábulo más que a los hombres fuertes como ella, y que quiere que la abracen
con brazos rojos de sangre.

A. C. Swinburne


 Delacroix
Por
Mario Praz


"Delacroix, lac de sang hanté de mauvais anges..." (Delacroix, lago de sangre encantado por ángeles malvados..."): un verso definitivo, como definitivos son los ensayos que Baudelaire escribió sobre su pintor favorito, y del que querría citar los pasajes más destacados antes que hacer una pálida paráfrasis, debilitada por la distancia de nuestro modficado gusto. (...)
 Aquel pintor "canibal", "molochista", "dolorista" que fue Delacroix, incansablemente curioso de masacres, incendios, saqueos, de pudrideros, ilustrador de las escenas más sombrías de Faust (imagen derecha Mefistófeles) y de los poemas satánicos de su idolatrado Byron; aquel enamorado de los felinos  (¿cuántos son sus estudios de bestias dando dentelladas?) y de los países violentos y calurosos: España, África; aquel exaltador de la acción frenética se lamentaba de que "su alma enervaba su fuego, sus veinticinco años sin juventud, su ardor sin vigor", y se confesaba así:

Esta mañana, Hélène ha venido. ¡Oh desgracia!... no he podido.
La joven ha venido esta mañana para posar. Hélène se ha adormecido, o fingía que dormía.
  No se por qué me he creído obligado a poner cara de adorador durante esos momentos, pero la naturaleza no ha querido. He recurrido a un dolor de cabeza en el momento en que se iba, y cuando ya no había tiempo... el viento había cambiado. Scheffer ma ha consolado por la noche y me ha dicho que le pasa lo mismo. Todo me da miedo y siempre creo que un inconveniente será eterno...
Siempre soy así... Mis decisiones se evaporan en presencia de la acción. Necesitaría una amante para matar el deseo con la costumbre. Me siento muy atormentado y mantengo en mi taller intensos combates. A veces deseo la llegada de una mujer cualquiera. ¡Que el cielo haga que Laura venga mañana! Después, cuando el cielo me envía alguna, estoy casi molesto, no quisiera tener que actuar: ese es mi cancer...

Y entonces aquel "viejo germen", aquel "fondo negro imposible de satisfacer" que él sentía en sí debía hallar, sin embargo, una vía de salida y la encontró en las telas. La fiebre perniciosa que lo atacó en 1820 y debía destruirlo lentamente, ¿basta acaso para explicar el por qué de aquel "himno terrible compuesto en honor de la fatalidad y del irremediable dolor", como Baudelaire definió su obra? ¿Basta la fiebre para explicar aquella especie de bulimia que ensangrienta sus lóbregas pinturas? ¿O se podría ver en ellas también un influjo del gusto dominante, de los crueles estudios de tormentos físicos de un Géricault, pintor de locos y de cadáveres?

 Delacroix, La muerte de Sardanápalo 1827

"Todas estas obras violentas son el resultado de una sangre no consumida", declaró Dargenty. "Yo no siento nada de amor... No tengo más que sueños vanos que me agitan y que no me satisfacen en absoluto": he aquí el misterio doloroso que Baudelaire sentía celebrado en los melancólicos cuadros, proyección de un turbio mundo larval interior. Lo turbio de la inspiración, el no aplacado deseo, se traducirán, como en el caso afín de Swinburne, en un hiperdionisismo expresivo, en una incertidumbre vibrante de los signos, que harían pensar casi en la traducción pictórica de una musica, en el "suspiro ahogado de Weber", tal como se pretendió ver en los versos de Swinburne una especie de música virtual. Porque la voluntad expresiva tanto de aquel poeta como de este pintor parece tender espasmódicamente a un más allá; partiendo de la oscuridad, se pierde en la oscuridad. "Limbos insondables de la tristeza." Fanfarrias extrañas..." No en vano Delacroix mereció un verdadero culto por parte de Maurice Barrès. "Du sang, de la volupté, de la mort" podría ser también el epígrafe de su obra.

 Delacroix, La muerte de Ofelia (grabado)

Mujeres atormentadas y enfermas: la hermosa prisionera desnuda atada al caballo de la Massacre de Scio; las hermosas concubinas masacradas en el tálamo fúnebre de Sardanápalo como en una de las orgías descritas -pero sin el mínimo soplo de arte- por Sade (Delacroix hacía decapitar, en el esbozo, a la esclava de la derecha, que en la pintura muere acuchillada); la mujer violada y asesinada que yace extendida sobre los escalones en actitud descompuesta, y la otra, la rubia patricia deshonrada y exhausta que se inclina sobre el rostro lívido de la madre muerta, en la Prise de Constantinople; (detalle en la imagen derecha)
Ofelia ahogada, cuya imagen obsesionará a Delacroix durante toda la vida; la sombra de Margarita que se le aparece a Fausto (un demonio sostiene por los cabellos a la pálida ajusticiada con el pecho impúdicamente descubierto); Angélica y Andrómeda encadenadas a la roca, Olindo y Sofronia atados a la hoguera, la india mordida por un tigre, Rebeca raptada, la otra joven mujer arrastrada por los piratas en la chalupa berberisca, la lívida belleza del cadáver femenino en el Apollon triumphant..., es todo un tenebroso harén de fantasmas crueles el que Delacroix hace desfilar funeralmente en sus pinturas. Pero Medea, poseída por su furibunda venganza, con movimiento de leona estrecha a los dos hijos contra el marmóreo seno: tiene en la mano un puñal: una sombra desciende sobre los ojos como una máscara- (imagen de abajo)
Medea
 Y el cadáver sangriento del hermoso efebo san Sebastián, del cual los dedos delicados de una mujer extraen las flechas; y el del otro joven mártir, san Esteban, a quien también una mujer enjuga la sangre de las heridas; y el cuerpo torturado del joven Foscari sobre el cual se abandonaron llorosa la madre y la esposa; y el obispo de Lieja asesinado en una orgía... En fin, el cielo raso del Palais Bourbon en París, donde la concepción dolorosa del pintor parece investir toda la historia de la humanidad, y una especie de filosofía a lo Sade, afirmando la inalterable crueldad de la naturaleza,se trasluce en los episodios de Plinio muerto por el Vesubio, de Arquímides herido por el ignorante soldado, de Séneca suicida por voluntad del tirano, de San Juan Bautista decapitado por el capricho de una mujer, de los israelitas proscritos y esclavos en Babilonia, de Italia pisoteada por las hordas feroces de Atila.

 La libertad guiando al pueblo (detalle de la parte inferior)

"Dura virago es, exige duras
y extraordinarias pruebas de peligro y de amor:
en medio de la sangre de su guirnalda
crecen las rosas".
(Carduccio)


Hasta la imagen que debería inspirar esperanza, la Libertad, pasa sobre los cadáveres, instiga el asesinato y tiene, más que el aspecto de una diosa, el aspecto de una Friné o de una pescadera (ver imagen de cabecera), como observó Heine. Todo el cosmos es sufrimiento y dolor, como en la Anactoria de Swinburne: no sólo los cuerpos humanos se extienden en la acción violenta o se retuercen en el espasmo o caen extenuados en la agonía, y las carnes tiemblan con nervios exasperados o languidecen de palidez mortal;

 Delacroix, La caza del león 1818 (detalle)

también las bestias y las plantas parecen vibrar con el mismo extremecimiento doloroso, y el cielo parece irrigado por una extraña linfa como hiel y pus, y se comba velado de hollines sobre aguas febricitantes, sobre el implacable mar.

Delacroix, lago de sangre encantado por ángeles malvados,
sombreado por un bosque de abetos siempre verdes,
donde, bajo un cielo apesadumbrado, fanfarrias extrañas
pasan, como un suspiro ahogado de Weber.

Versos que los cuadros de Delacroix nos llevan a la siniestra casa de los Ulster (de Poe), con el lúgubre estanque sobre el cual pesa una atmósfera fatal, el maníaco que se deleita con fúnebres improvisaciones, entre las cuales "una cierta paráfrasis singular, una perversión de la música ya bien extraña del último vals de Von Weber.

Esa melancolía grave y seria brilla como un reflejo lúgubre, hasta en su color, amplio, simple, abundante, dispuesto en masas armónicas, como el de todos los grandes coloristas, pero quejumbroso y profundo como una melodía de Von Weber.

En la mente de Baudelaire se había establecido un contacto entre Delacroix y Poe. En 1856 envió una copia de su versión de las Histories extraordinaries a Delacroix, quien hizo este comentario en su diario:

Baudelaire dice en su prefacio "que yo recuerdo con mi pintura ese sentimiento de lo ideal, tan singular y agradable en lo terrible". Tiene razón...


  Delacroix retratado por Léone Riesenier en 1842


Lecturas:

Mario Praz, La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica. El Acantilado 1999


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La herida y el cuchillo

Dolores

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2 comentarios:

Moisés dijo...

Me fascinan los cuerpos sinuosos de La muerte de Sardanápalo, así como la enorme figura de la Libertad. Demuestra lo que fue el romanticismo en su mejor faceta. No conocía la fotografía de Delacroix pero viéndole la cara, me parece que era genio y figura. Y además fue un referente para su generación en Francia. Bien por recordádnoslo.

Un saludo.

Jan dijo...

Sí Moisés,

seguro que Delacroix fue todo un personaje...