Foto: Trencadís (cerámica fragmentada) en el Parc Güell de Barcelona

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domingo, 6 de marzo de 2016

El rostro reflejado


Krishna y Radha reflejados en un espejo, s. XIX.
Tema recurrente en la miniatura krisnaita donde Radha advierte con sorpresa el rostro de su amado Krishna llegando de improviso junto al suyo. La escena debe interpretarse a la luz de la doctrina visnuita por la que el autoconocimiento de Rahda le lleva a descubrir en sí a la divinidad.


Todos los fenómenos son el espejo en el que Dios se manifiesta:
O bien la luz de Dios es el espejo, y los fenómenos las imágenes (que se reflejan en él).
A los ojos del verdadero adepto de vista penetrante
Cada uno de estos espejos es el espejo del otro.

Rûmî


"Llega al umbral... Entra y ve a su amada
Levanta el velo de la Diosa Sais
Y ve -milagro de milagros- a sí mismo."

Novalis, Los discípulos en Sais



Detalle del famoso grabado reallizado en 1652 por Rembrandt donde se representa la visión de Fausto. Adviértase que a la derecha de la esfera luminosa como representación teofánica, surge una mano señalando un espejo donde el mago verá el destello divino y su propio rostro reflejado.



El rostro reflejado
por
Alessandro Grossato


Aun hoy, cuando en Sri Lanka (Ceilán) consagran una imagen a Buda, o bien hacen presente en ella el principio espiritual que representa, el artista que la ha esculpido en la piedra debe finalmente proceder a "encender" las pulpilas en sus ojos. Dicha acción es considerada hasta tal punto de sagrada, que se prohibe al propio artista mirar directamente lo que hace. Para hacerlo debe pues, girándose, servirse de un espejo. Para comprender el sentido profundo de todo esto, basta con pensar en el mito griego de Narciso. Es poco conocido que éste se presta fundamentalmente a dos interpretaciones, una negativa y otra positiva, y ambas válidas y presentes desde el principio. La primera, con varios matices, que varían sobre todo en el paso de la hermenéutica grecorromana a la cristiana, es también la más conocida: Narciso es el prototipo del amor egoísta, solipsístico, estéril por definición, inexorablemente destinado a la locura y a la autodestrucción. 

 Michelangelo Caravaggio, Narciso (1599)


Por otra parte, el mito de Narciso no es más que una forma demediada del de Dioniso, su verdadero arquetipo, donde el dios del espejo y de la máscara, momentáneamente absorto en la admiración de su propia imagen reflejada, es sorprendido y descuartizado por los Titanes. Pero mientras el sacrificio divino es fecundo -de la sangre de Dioniso mezclada con las cenizas de los Titanes rápidamente hechas resplandecer por Zeus se origina en efecto el género humano-, el de Narciso es estéril, causado por un ínfimo apego a la existencia corpórea. 

 Aurelio Monge, Narciso (fotografía)


Plotino sintetizará admirablemente todo esto, afirmando que "quien es prisionero de los cuerpos bellos y no se separa de ellos, se precipita, no ya con el cuerpo sino con el alma, en los abismos, oscuros y tristes para el espíritu, donde, ciego, permanecerá en el Hades y también allí, como aquí abajo, estará siempre en compañía de las sombras".
La clave de la otra y más elevada interpretación del mito, se encuentra en cambio en la propia naturaleza de Narciso, que no es un ser humano, sino el hijo del genio de un río y de una ninfa, y que por tanto es, también, de naturaleza psíquica, no corpórea. Lo cierto es que su cuerpo no fue hallado. Como en otros casos parecidos, él representa el alma individual y mortal, la psiché no permanente del ser humano. Cuando nació, el adivino Tiresias predijo que viviría hasta una edad avanzada sólo si no se conocía a sí mismo. "Conocerse a uno mismo", como se sabe, era precisamente la finalidad de los Misterios griegos, cuyo rito de inicación preveía entre otras cosas la visión de la propia muerte reflejada en un espejo o una palangana llena de agua. 

 El joven que se inicia, asomado tras la vasija llena de agua que le ha traido su maestro Sileno, en lugar de su propio rostro, ve reflejada la máscara de Dioniso, que su ayudante sujeta encima de sus hombros. Detalle del fresco de la "Villa de los Misterios", s. I d. C, Pompeya.


Con este acto ritual debía descubrirse la propia identidad divina, anticipando simbólicamente la "muerte" de la propia alma, y quedando así nuevamente libre el noùs, el espíritu inmortal, comparado a Dionisio, cuya máscara con las órbitas vacías se hacía reflejar hábilmente por un celebrante en lugar del rostro del iniciante. Así pues, la misma situación y "visión" del artista singalés cuando "abre los ojos" de Buda. En el arquitrabe de muchos templos tanto hindúes como budistas de Nepal, dedicados a una u otra forma de la Diosa, hay un espejo cuadrangular, en lugar de la imagen reducida de la Diosa que debería encontrarse allí. El espejo está inclinado de modo que, quien entra, si mira hacia arriba poco antes de cruzar el umbral, verá su propia imagen reflejada, significando su potencial identidad con la Shakti suprema.

Selfie con el espejo del arquitrabe de un templo nepalí



Lecturas:

Alessandro Grossato, El libro de los símbolos. Metamorfosis de los humano entre Oriente y Occidente, Grijalbo 2000

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